sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo 7. Transformación

De nuevo en el suelo.
   Respiraba con rapidez, recargada sobre mis codos y acalorada veía a Ian sostener la espada peligrosamente cerca de mi cuello, saborear la victoria, sabía que lo disfrutaba por la leve inclinación de su cabeza.
      - No eres rival pera mi – dijo él. Claro que lo era, estaba rojo y cansado.
Reí.
      - No…tú no eres rival para mi – pate la espada, el filo corto un poco mi barbilla. Ian quedo pasmado por el repentino movimiento y me dio tiempo para lanzármele, perdió el equilibrio y caímos los dos.
   Estaba completamente sobre el, el filo de mi daga contra su manzana de Adán. Sentí mi cuerpo ascender y descender conforme su respiraciones.
      Me miraba atónito, le acababa de voltear la jugada con una rapidez que incluso a mi me sorprendió.  
      - ¿Te rindes, Fletcher? – ronronee, ahora yo saboreaba la victoria.
En un visto y no visto, su boca se torció en una sonrisa que entendí milésimas de segundo más tarde.
   Tomo la muñeca que apoyaba en el suelo a un lado de su cuello y con la otra mano tomo la que sostenía el cuchillo, me hizo girar y ahora era yo bajo su peso, con una mano inmóvil bajo la de el y la otra seguía sosteniendo el cuchillo, pero ahora él con su gran fuerza decidía hacía donde se movería.
     Gruñí y deje caer la cabeza agotada, se me habían acabado los movimientos.
        - Creo que debes de reconsiderar lo que acabas de decir – jadeaba – y como dije antes, no eres rival para mi.
     - Eso es porque no he jugado sucio – sisee.
 Soltó el cuchillo y mi mano, levantándose, tratando de no parecer cansado, me sorprendí de que en realidad actuaba bastante bien.
   Yo me quede en el suelo unos segundos, recuperando fuerzas.
       - Te lo dije, eres muy pequeña.
      - Eso es solo por que tu pareces un faro – me impulse con dificultad y me puse de pie - ¿cuánto mides…1, 80?
       - 1, 87
Bufe.
      - ¿Ves?
  Guardamos nuestras espadas y reanudamos la marcha. Lo que comenzó con un descanso, termino como una reta
   Definitivamente tenía que estudiar mas los movimientos de Ian antes de volver a enfrentármele.
    Además, había recuperado fuerza con su mano ahora curada. Envidie lo rápido que había cicatrizado. Solo habían pasado dos días desde que se la había vuelto a abrir mientras luchábamos y ahora solo quedaba una pequeña capa rosada.
      Sentí algo húmedo recorrerme el cuello.
     - Rayos – maldije mientras observaba mi mano manchada por la sangre de la herida en mi barbilla.
        - ¿Qué sucede? – pregunto Ian sin voltear a ver.
         - Nada – le dije rebuscando mientras caminaba algún trapito para limpiar la sangre y evitar que llegara hasta la camisa - ¿dónde lo puse?
         - ¿Qué buscas?- volvió a preguntar.
         - Un trapo.
        - ¿Para? – apreté los dientes y lo voltee a ver irritada.
         - Limpiarme la sangre
Esta vez Ian no pregunto nada y miro sobre su hombro.
        - Fue mala idea hacer ese movimiento – dijo mientras rebuscaba en su mochila sin detenerse.
         - No me digas – respondí cada vez mas irritada.
          - Ten – me dijo mientras me lanzaba el trapo a la cara. Lo atrape en el aire y me limpie.
          - Gracias.
Le herida dejo de sangrar a los pocos minutos y guarde el trapo en la mochila.
    Después de un rato de caminar y no intercambiar una sola palabra, comencé a aburrirme y sin darme cuenta, empecé a tararear una canción que por algún motivo siempre traía en la cabeza, por mas que tratara de frenarla por la tristeza que me causaba.
    Will la tocaba siempre, era un gran violinista y esa canción siempre estaba enlazada con su imagen. ¿Seguirá Will recordando como tocar?
    Una punzada de melancolía me inundo, no tenía ni idea de donde estaba mi hermano. Ni si estaba muerto, Iudir dijo que logró escapar, lo busque durante mucho tiempo, pero nunca conseguí nada.
      - Creo que conozco esa canción –Lo que dijo Ian, corto el tararear de golpe.
      - No lo creo – sentencie.
      - Lo he escuchado en algún lado.
El corazón dio un vuelco en mi pecho.
     - ¿De que hablas? ¿Dónde? – dije, disfrazando mi desesperación lo mejor que sabía.
Ian abrió la boca para responder, pero no salieron palabras.
    - No. Creo que tienes razón y la he confundido.
   - ¿Estas seguro? Tal vez si la conoces – la mascara en mi voz era cada vez menos fuerte y daba a notar un poco la frustración en mis palabras.
   - No, no la conozco.- era tarde, Ian se me había cerrado. Ya no le sacaría una palabra.
No pude sacarme aquella canción de la cabeza en todo el día.



Tres días después la cabeza me dolía. Esta noche sería la luna llena, El día anterior había comenzado a sentirme débil o muy cansada, pero hoy definitivamente estaba pasando un mal rato.
   Eran las últimas horas antes de que anocheciera y se podía ver el leve cambio de colores en el cielo.
      Me detuve a descansar en un enorme tronco, el piso se tambaleaba inseguro bajo mis pies y si daba unos pasos más, seguro perdería el equilibrio. Rara vez me había puesto así, normalmente solo vomitaba durante la noche y no pasaba de una resaca al día siguiente, pero esto iba cada vez peor.
       - ¿Estas bien? – Ian se había detenido, su barbilla estaba cubierta por una pequeña capa de barba que comenzaba a crecer.
      - Si – mentí cerrando los ojos – solo me duele la cabeza.
No solo me dolía, sentía que iba a explotar, alguien golpeaba desde el interior del cráneo con un mazo o algo por el estilo.
      - ¿Quieres que paremos?
Negué con la cabeza y el movimiento me mareó aun mas. Lleve mi mano a la frente, estaba mas caliente de lo normal.
     Di unos cuantos pasos, apartándome del soporte del tronco, de inmediato lo lamente; mis rodillas temblaron y me dejaron caer.
     No supe en que momento Ian llego a mi lado, pero ahí estaba, levantándome del suelo con mirada asustada.
         - Estas ardiendo.
Sonreí con debilidad.
         - Gracias – intente reírme, pero el costado me dolió. Hice una mueca y lleve mi mano a el en un inútil intento de detenerlo.
         - ¿Estas herida?
         - No.
         - Necesitamos bajar la temperatura.
         - ¿Cómo? – la cabeza se fue hacía atrás en el momento que Ian me levanto del suelo y tuve que hacer un gran esfuerzo para subirla, él dio un salto y me acomodo mejor entre sus brazos. Perdí el conocimiento unos minutos antes de escuchar la respuesta y cuando desperté Ian me sacudía desesperado en el suelo.
      - Gracias al cielo – dijo él con la respiración entrecortada.
     - ¿Dónde estamos? – poco a poco comencé a ser consiente de mi alrededor. Estaba en el suelo, Ian me había quitado el corsé para que respirara mejor y escuchaba algo correr a pocos metros de mi…agua.
      - Hay que parar la temperatura – dijo el mientras se quitaba la camisa, intente ponerme de pie, intente fingir que estaba bien, pero estaba muy débil y sentía tanto frío que no dejaba de temblar.
     Volvió a tomarme en brazos, comenzó a sumergirse. El corazón me latía demasiado rápido, temblaba por miedo y frío.
         - No, no, no – comencé a suplicar – sácame, sácame.
Seguro pensaba que deliraba porque no me escucho, siguió sumergiéndose, el agua llego hasta mi cintura por estar en brazos de Ian, poco a poco fue subiendo y como si el agua me despertara de mi estado de inmovilidad cada vez me revolvía más y más.
        - No, agua no, por favor.
       - Helena estas delirando – dijo el tratando de mantenerme quieta. El agua llego a mi pecho.
       - ¡Sácame, sácame! – mi cuello se sumergió y ya no pude mas, comencé a temblar, me aferre al cuello de Ian y llore aterrada - ¡Sácame Ian, no dejes que me ahogue! ¡no de nuevo, no!
    Pataleaba e intentaba jalar a Ian a la orilla, la vista se me nublo, las manos se me entumieron y los oídos captaban todo de forma apagada.
       Ian comenzó a precipitarse conmigo en brazos a la orilla, en cuanto sentí que el agua dejo de tocarme me lance fuera de los brazos de Ian y caí, no exactamente en la orilla. Tuve que arrastrarme hasta que estuve por completo fuera de “riesgo”.
    Sollozaba con el cuerpo boca abajo, me hice un ovillo y por más que lo intentaba no dejaba de temblar.
       Sentí que habían pasado horas, esos segundos se sintieron como años en los que envejecí y estaba al borde de la muerte.
     Tarde en recuperarme varios minutos. Tenía el cuerpo adormilado, como cuando se duerme sobre una mano y no sientes nada, pero en todo el cuerpo; poco a poco, recupere la sensibilidad y sentí la tierra mojada bajo mi estomago desnudo, la camisa se había alzado hasta las costillas y seguro estaba llena de lodo.
      Lentamente me incorpore, sentía que era de cristal y que si apoyaba demasiado el peso, mis muñecas se romperían.
        Ian estaba parado frente a mi, con la respiración acelerada y el torso mojado y desnudo; tenia tres líneas en el musculo del cuello, lo había arañado. Junte las rodillas al pecho y cubrí mi cara con las manos.
     Era una cobarde, una tonta. Había herido a Ian, seguro que lo había asustado y por un momento se me ocurrió ¿qué podía salvar mi reino? ¿alguien que teme incluso darse un baño?
       - ¿Qué diablos te sucede Helena? – pregunto Ian en un tono que me causo una punzada de dolor. Alcé la mirada para encontrarme con la suya, llena de confusión y desesperación - ¿¡Que diablos te sucede!?
         - Lo lamento, lo lamento.
         - ¿Lo lamen…? ¡Casi nos ahogas! – brinque por el repentino grito - ¡contrólate!
         - Lo intento…no puedo.
         - ¡Es solo agua!
         - ¡Para mi no es solo eso!
         - Pues eso es un problema – gruño y antes de que pudiera decir nada mas, tomo con un movimiento furioso su camisa de una roca y salió de mi vista, adentrándose en los árboles dando zancadas.
     Había empujado a Ian al limite de su paciencia, había soportado mis pesadillas, mi malhumor y mis secretos, pero esto había ido demasiado lejos. Volví a hundir el rostro en el hueco de las rodillas y volví a llorar.
         - Estúpida – dije para mi misma con un hilo de voz – eso es lo que eres.
El lodo se comenzaba a secar y me estaba irritando la piel, con gran trabajo me forcé a moverme y me arrodille junto a la orilla, la espalda se me acalambro cuando levante la camisa y moje mi costado, limpiando la tierra. Lo hice rápido, muy rápido y de inmediato volví a trastabillar lejos del agua.

      Pues eso es un problema las palabras de Ian sonaban en mi cabeza una  otra vez.
Estaba segura que Ian se iría, no lo culparía. Una horrible sensación de nauseas me inundo la garganta y tuve que precipitarme para llegar a un tronco y apoyarme en el mientras sentía como la garganta me quemaba y me ahogaba, la cena hizo una aparición estelar frente a mi, mi estomago se contrajo por las arcadas y las rodillas se me doblaron temblorosas.
       - Te odio – gruí con el estomago aun en tensión cuando ya no había nada que devolver. Alcé la mirada y observe a la luna en el cielo, observándome burlona – te odio.
   Me enjuague la boca y trate de ponerme el corsé de nuevo, pero los dedos me temblaban y no tenía fuerza para tensar los cordones.
   Comencé a dar débiles pasos en la dirección que Ian había desaparecido, estaba segura que ya no estaría y que seguro solo quedaría mi mochila en el suelo cuando llegara, no sabía exactamente a donde tendría que ir porque había perdido el conocimiento, pero si seguía las huellas seguro encontraría el lugar.
      Caminaba con la cabeza gacha y la boca curveada hacía abajo, en un momento las piernas volvieron a fallarme y gracias al árbol a mi costado, pude sostenerme y no darme de bruces en el suelo.
     El costado me dolió, sentí como si alguien diera un puñetazo justo a mis costillas, pero no había nadie, el dolor me hizo gemir y doblarme sobre mi misma.
    Me quedé ahí, doblada por el dolor unos momentos hasta que desapareció con la misma rapidez que había llegado.
   Me puse en marcha de nuevo, concentrada en las huellas que las fuertes pisadas de Ian habían dejado, no mire arriba en ningún momento solo a mis pies y la tierra. Cuando llegué a donde había perdido el conocimiento, a pesar de ya esperarlo me invadió una sensación de desolación tan fuerte que de mis labios salió un suspiro que sonó como un sollozo.
        Solo había una mochila en el suelo.
El atardecer estaba comenzando y la temperatura descendía, pero para mi era como estar enterrada en hielo, sentía los labios entumidos por el frio y la punta de mi nariz helarse.
   Me precipite a mi mochila con pasos torpes, dejándome caer al suelo de rodillas junto a ella, rebusque con manos temblorosas hasta que encontré la manta que usaba para cubrirme en las noches y me envolví en ella.
         - Ian – trate de decir, pero de mi boca solo salió un susurro que incluso a mi me costo trabajo escuchar.
    Gran parte de mi cabello estaba empapado, mi ropa igual y se pegaba a mi cuerpo helada, haciéndome temblar más.
   Me hice un ovillo en el suelo, gemía por el frio.
Mire al cielo, estaba rojo, parecía sangrar combinado con algunos tonos de rosado y amarillo daba un aspecto sobrenatural y la luna…
    Suspendida en lo alto, más enorme de lo que alguna vez recordaba. Un escalofrió me recorrió la espalda, me encogí más y apreté los puños, tenía las manos heladas.
   El cielo se movía sobre mi, los colores se hicieron violetas y del violeta llego el azul.
Los arbustos se revolvieron a mi alrededor, pensé que serían lobos o algún animal que venía por mi, pero no salió ni un oso, ni un lobo, de los árboles emergió Ian.
         Corrió hacía mi. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué regresaba por mi?.
Me alzo del suelo y de inmediato lo sentí temblar cuando hizo contacto con mi cuerpo. Estaba tan helada que incluso había causado frio a Ian.
     Me cargo y me llevo a donde fuese que se dirigía casi corriendo.
    - Cuanto lo siento, Helena – decía el angustiado - estamos cerca.
 Cuando llegamos a donde una fogata se alzaba orgullosa, la noche se había apoderado del día y cubría todo con su manto de oscuridad, el cual solo se rompía con el intenso brillo de la luna, una luz plateada que iluminaba todo de una manera que podía verse donde se pisaba.
    Escuchaba susurros en mi cabeza, me decían cosas que no entendía.
Ian me coloco junto al fuego y cuando me quito la cobija que ya estaba empapada por culpa de la ropa un escalofrío tan fuerte se apodero de mi que incluso fue doloroso.
     De repente, tan fuerte como los dolores que asaltaban mi costado de manera intermitente, imágenes de un nacimiento llegaron a mis pupilas, el llanto de un bebe y la luna iluminándolo.
     Es una niña – decía una voz que parecía provenir de todas partes.
      Finalmente ha nacido – era un hombre, una voz que cosquilleaba en mi memoria, una voz que me causo melancolía – la futura reina.
  El bebé tenía ojos grises, mis ojos.
   Aquel hombre era mi padre, con el cabello blanco y los ojos como los míos.
Y ese bebé, era yo. Mi nacimiento, mi cumpleaños. Hoy era mi cumpleaños 19, ¿cómo lo había olvidado?
        Aquel momento se hizo borroso hasta desaparecer y ser remplazado por otra escena.
Una niña, en la biblioteca del palacio en piernas de su padre que le acariciaba el cabello, la imagen era demasiado brillante y deseaba poder entrecerrar los ojos.
      Cuando el momento llegue, Helena, debes ser fuerte – Los ojos del rey se veían suaves y preocupados.
      ¿Fuerte? – una Helena joven y dulce arrugaba la nariz al pronunciar la palabra.
       No te resistas, solo deja que pase ¿entendiste? – La niña alzaba la barbilla para mirar a su padre…a mi padre directo a los ojos. Se podía ver que no sabía de que hablaba, pero aún así la niña asintió rotundamente con la cabeza. La imagen se desvaneció.
    Regrese al presente, con el dolor, el frío y el miedo calándome hasta los huesos.
  No te resistas – pensé apretando los dientes – se valiente, déjalo pasar.
Ian estaba hincado ante mi, se le veía asustado, estaba aterrado. Coloco mi cabeza en sus piernas y apretó mis manos en las suyas. Yo igual estaba aterrada, pero abracé las palabras de mi padre y me forcé a mi misma a controlarlo.
    Relaje los puños y observe a la luna, suplicándole que acabara de una vez.
Una honda de viento arraso todo alrededor, callando a cualquier insecto o animal que estuviera despierto, todo quedo estático.
     La luna llego a su punto mas alto en el cielo, iluminándonos directamente y entonces sentí mi cuerpo arder como el hierro de una espada al fuego, un dolor al rojo vivo me recorrió completa. Mis ojos se desenfocaron y enfocaron.
       - ¡Helena! – era Ian que trataba de mantenerme viva.
Algo arranco el aire de mis pulmones, lo succiono y me forzó a separar los labios e inclinar la cabeza hacía atrás por la sensación de que jalaban todo el oxigeno de mi cuerpo y luego volví a inhalar un aire distinto, un aire frio y vivo, me quemaba, me ahogaba; corrió por la sangre hasta mi corazón y exploto en mi pecho extendiéndose a todas mis extremidades.
   El oro de mi anillo me quemaba contra el cuello, lo sentía arder.

     Luego, todo se detuvo de golpe y perdí el conocimiento.

2 comentarios:

  1. sin palabras mas que para pedir mas wou que pasara ahora que fue eso ? quieromas un beso muy bueno buenisimo

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  2. ombe!!!!! que paso ahí ... si no conocían los fósforos para esa época creo que tampoco practicaban R.C.P.. excelente amiga esperando una próxima parte... gracias...

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